martes, 3 de agosto de 2010

Casualidad

Una serie de sucesos me llevaron a pensar en la casualidad, una serie de comentarios me hicieron pensar en su inexistencia.

Cuando en la vida nos encontramos con sucesos extraordinarios, solemos buscar explicaciones que los ubiquen dentro categorías. El encuentro de varios eventos en una línea de tiempo, que dan como resultado el cambio en la dirección que teníamos prevista, tiene de fortuito lo mismo que de previsto.

El concepto de casualidad, es el fruto de la inestabilidad inherente del término, la distancia que hay entre un suceso y la desesperante posibilidad de que ese momento pueda no haber sucedido. Más allá de los resultados, parece ser que en la búsqueda de una respuesta a lo que no conocemos, la tortura de la incertidumbre es nuestra práctica común. “Todo sucede por algún motivo” o “Que casualidad” son interpretaciones sobre fenómenos, intentos de emancipar a los acontecimientos de su libertad intrínseca, subjetividades que encarcelan. Tanto es así, como el mismo rumbo de estas palabras para con el término en cuestión.

Así, la casualidad responde a un intento de ordenamiento de los fenómenos mucho más profundo que el propio de la generalidad del lenguaje. La posibilidad de la “no existencia” de lo que nos sucede solo existe para nuestro lenguaje, en la vida práctica tanto lo objetivo como lo abstracto se define a sí mismo en su relación con sus opuestos y con sus similares.

Un encadenamiento de eventos define lo que somos y lo que nos pasa. Esta explicación responde a una visión lineal sobre la existencia, a una relación causa-efecto, un ordenamiento de la realidad que busca privar la posibilidad de todo lo que no es “explicable” por la apropiación lingüística de lo fenoménico. Una mirada sobre las cosas que solo se acepta a sí misma, invalidando toda otra dirección por el mismo hecho de un intento de clasificación de cosas abismalmente diferentes con un mismo juego de herramientas.

Reevaluar la casualidad desde este punto de vista, sin validez alguna, es solo una invitación a aceptar la casualidad como ley rectora. Ley que por su inestabilidad misma pierde carácter de ley, dejando lugar solo a la existencia de los fenómenos y los sucesos, sin intermediación o clasificación entre empírico u abstracto, permitiendo la percepción y la posibilidad de ser de otras fuerzas, otras energías, que influyen tanto como la acción de lo interno y lo externo.

Que nuestra aceptación pierda el carácter explicativo abriéndose a lo sensorial, y que una casualidad pase a ser solo un suceso, libre de lo temporal, libre de las ataduras del lenguaje, pero abierta a la posibilidad de admirar y significar cada mínimo suceso de nuestras vidas. La aceptación de la vida como una interacción eterna e ilimitada entre fuerzas.

Este texto como una casualidad.